Las similitudes con la situación de entonces son inevitables y algunas voces advierten de que se esté tropezando con la misma piedra: el fin del estado de alarma ha traído consigo la alegría ciudadana por la relajación de las medidas y el entusiasmo de las autoridades por abrir el país al turismo.
Pero ahora sí que hay vacunas y están demostrando de largo su eficacia, por lo que no es de esperar que se produzcan nuevas olas de gran impacto, al menos en el sistema hospitalario.
Donde más se notan es donde más necesario era: el año pasado perdieron la vida casi 30.000 mayores en estos centros; en lo que va de año son 3.800, seis en la última semana.
Un reciente informe del grupo de trabajo sobre la efectividad de la vacuna del Ministerio de Sanidad y del Instituto de Salud Carlos III desvela que la vacunación masiva ha evitado en el primer trimestre de este año un mínimo de 17.000 casos de covid-19 y 3.500 fallecimientos en las residencias.
La efectividad de estos antídotos ha alcanzado en los cuatro primeros meses del año entre el 81 % y el 88 % desde el 27 de diciembre, cuando comenzó la campaña, tiempo en el que se han evitado el 71 % de hospitalizaciones y un 82 % de las muertes.
A las puertas del verano, la edad media de los contagiados de covid-19 es la más baja desde el inicio de la pandemia, según los datos que maneja el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias: si hace un año eran 62 años, ahora son 39.
Lo mismo ocurre con los hospitalizados, que en la primavera de 2020 rozaban los 68 años y ahora predominan los de 61, y con los que han ingresado en UCI, que han pasado de 63 años de media a los 61. Como consecuencia, también baja la edad media de los fallecidos de 81 a 78 años.
No es que haya cambiado el perfil del afectado, sino que las vacunas están demostrando su eficacia: más del 85 % de la población de más de 70 años ha recibido la pauta completa, nueve de cada diez de los mayores de cuentan ya con al menos una dosis y el 56 % con la segunda.
Poco duró la nueva normalidad de 2020: no fue posible porque el salpicón de brotes aparecidos durante los meses estivales se transformó en una segunda ola -y aún debía llegar la tercera- sin que todavía estuviera listo ninguno de los antídotos contra la covid.
La de los brotes fue una de las mayores preocupaciones en vísperas y durante todo el verano de 2020, que este año han cedido su protagonismo en favor de las variantes, sin que por ahora haya que inquietarse demasiado por ninguna.
Primero fue la británica, que se ha hecho con todo el espacio; le siguieron las brasileña y sudafricana, ahora está la india. La vista está puesta en si será necesaria una dosis de refuerzo para combatir las nuevas que aparezcan, pero las que hay ahora no son capaces, de momento, de escapar al escudo protector de las vacunas.
Las señales de que lo peor ha pasado están por todas partes: durante 14 meses los estadios han estado vacíos de público; el próximo 4 de junio, 25.000 espectadores podrán ver en directo el amistoso entre España y Portugal. En agosto de 2020 los niños desconocían cómo sería su vuelta al cole; el próximo curso ya saben que estarán con más compañeros en el aula que el anterior.
Los grandes festivales ya han dicho que habrá que esperar otro año más, pero multitud de ciclos musicales (con menos conciertos y aforos más restringidos) tratarán de llenar su hueco. Las fronteras se reabrieron en junio para no cerrar más, y este verano será más fácil atravesarlas para los portadores del pasaporte covid.
Ya no se habla de hacer mascarillas obligatorias, sino de que dejen de serlo. Todos conocen Pfizer, Moderna, AstraZeneca y Janssen, saben lo que es la efectividad y la eficacia, debaten de intervalos entre dosis e inmunidad de grupo. Ya no se escucha tanto quién se ha contagiado: lo que ahora se oye por la calle es "a ella ya la han citado para la vacuna, yo de debo estar al caer".